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¿Qué se sabe de la vida de San Pablo?
¿QUÉ SE SABE DE LA VIDA DE SAN PABLO?
Por Ariel Álvarez Valdés

Alarmante biografía
Imaginemos a un hombre que durante su juventud estuvo lleno de odio y violencia. Que vivió apegado al tradicionalismo oficialista, intolerante y persecutorio. Que luego cambió radicalmente y se unió a una secta disidente. Entonces, y como parte de ella, estuvo preso en varias oportunidades, tanto en su país como en otras naciones. Fue condenado al menos ocho veces a distintos tipos de penas por las autoridades judiciales. Padeció conflictos con los dirigentes de su nuevo grupo, y sostuvo duras disputas por cuestiones de liderazgo y reconocimiento. Las multitudes que acostumbraba convocar estuvieron a punto de apedrearlo varias veces, y al menos una vez lo lograron. En diversas ocasiones debió huir en secreto, buscado por las autoridades. Tres veces estuvo condenado a muerte. Una de ellas pudo escapar de noche con la ayuda de unos amigos. La otra, posiblemente fue liberado gracias a un indulto festivo luego de una ardua lucha. La tercera, terminó en su ejecución.

No parece la biografía de un inocente y disciplinado ciudadano, ni la de un intelectual de biblioteca. Más bien suena a la del jefe de una poderosa banda de delincuentes, o a la de un activista político sumamente peligroso. Sin embargo se trata de la descripción de san Pablo, y con datos extraídos de sus propias cartas.

Las fuentes sobre su vida
De ningún otro personaje bíblico hay una información tan amplia y directa en las Sagradas Escrituras, como de san Pablo. Ni siquiera de Jesús, ni de los apóstoles más famosos (como Pedro, Santiago y Juan), tenemos datos tan completos.

Esto se debe a dos escritos importantes del Nuevo Testamento: a) “Los hechos de los Apóstoles”, un extenso libro escrito por san Lucas y centrado casi completamente en la figura de Pablo; b) una colección de cartas escritas por el mismo Pablo. Por eso, muchos piensan que es fácil conocer la vida de este apóstol.

Sin embargo, si hacemos un estudio más cuidadoso de estos documentos vemos que las cosas se complican. Primero, porque de las 13 cartas atribuídas a Pablo en la Biblia, sólo 7 son hoy aceptadas como auténticas. Y segundo, porque el Libro de los Hechos, que tan detalladamente habla sobre Pablo, contradice en muchas cosas a sus cartas. Lo cual nos muestra que Lucas, autor de Los Hechos, no conocía muy bien la vida de este apóstol. Basta, como ejemplo, notar que en su obra no menciona ni una sola vez que Pablo haya escrito cartas a ninguna Iglesia.

¿Por qué, entonces, Lucas habla tan minuciosamente sobre Pablo en Los Hechos, si no lo conocía muy bien? Es que Lucas no pretendió contar en su libro la biografía de Pablo, sino mostrar cómo gracias a él, la palabra de Dios logró extenderse por todo el mundo antiguo hasta llegar a Roma; aunque los datos históricos con los que contaba no eran demasiado exactos. No todo lo que es cierto para la fe, lo es también para la historia. Por eso, cuando Los Hechos contradice a las cartas, hay que darles credibilidad a estas, que proceden directamente de Pablo.

Hecha esta salvedad, veamos qué podemos sacar en claro de esta extraordinaria figura del cristianismo primitivo.

Sus tres nombres
El Nuevo Testamento le atribuye tres nombres: Saúl, Saulo y Pablo.
El primero, Saúl, es de origen hebreo, y sólo aparece en los relatos de su conversión (Hch 9, 4; 22, 7; 26, 14). Este era posiblemente su verdadero nombre. Quizá sus padres lo llamaron así en homenaje a Saúl, el primer rey de Israel, que pertenecía a la tribu de Benjamín igual que Pablo (Flp 3, 5).

El segundo nombre, Saulo, es el mismo que Saúl, pero en griego. Como el apóstol se movía en medio de gente que hablaba griego, es lógico que le tradujeran su nombre y en vez de Saúl le dijeran Saulo (como si nosotros, a alguien que en inglés se llama Charles, le dijéramos Carlos; o a un Richard, le dijéramos Ricardo). Así se lo llama en la primera parte de Los Hechos, hasta el capítulo 13.

El tercer nombre, Pablo, es el que aparece siempre en las cartas. ¿Por qué Saulo se cambió el nombre y se puso Pablo? No sabemos bien la razón. Pero es probable que, al comenzar a predicar en el mundo griego, se diera cuenta de que a la gente le sonaba mal su nombre (pues en griego el adjetivo saulos se aplicaba a los individuos afeminados), y prefirió entonces ponerse Pablo, que era de origen latino.

Para no vivir sin trabajar
¿Qué oficio tenía Pablo? En sus cartas dice que hacía trabajos manuales, sin aclarar cuáles. Pero por Los Hechos (18, 2-3) sabemos que era fabricante de tiendas. Lo cual no es extraño, ya que Tarso (la ciudad donde había nacido) era famosa por la fábrica del “cilicio”, una tela fuerte hecha de pelo de cabra, para las tiendas de los nómades.

Al convertirse y hacerse predicador pudo haber prescindido de su profesión, ya que en aquel tiempo era común que los predicadores vivieran de las colectas de la gente, o de las familias pudientes que los mantenían. Pero Pablo dice en sus cartas que nunca quiso hacer uso de este derecho (1Cor 9, 14-15), y que jamás recibió dinero por predicar (1Cor 9, 17-18), porque no quiso ser una carga para nadie(2Cor 11, 9). Por eso siguió ganándose la vida como fabricante de tiendas.

Semejante esfuerzo de predicar y trabajar dejaba extenuado a Pablo. Él mismo lo cuenta en una carta :”Nos agotamos trabajando con nuestras manos” (1Cor 4, 12). Aún así, el dinero que ganaba era poco y no le alcanzaba. Tuvo, pues, que trabajar doble jornada (1Tes 2, 9), y hacer horas extras para poder comer (2Cor 6, 5). Pero aun trabajando de noche pasaba necesidad (2Cor 11, 27). No siempre podía comprar comida ni ropa (1Cor 4, 11), debió soportar el hambre y la desnudez (2Cor 11, 27), y llegó a vivir como un pordiosero (2Cor 6, 10).

No obstante todas sus penurias, jamás descuidó el servicio a las Iglesias. Resulta conmovedor su testimonio: “Debí afrontar trabajos y fatigas. Pasé muchas noches sin dormir. Sufrí hambre y sed. Estuve muchos días sin comer. Padecí frío. Anduve casi desnudo. Y además de todo esto, mi aflicción diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién se angustia, sin que me angustie yo? ¿Quién sufre escándalo, sin que me desespere yo?” (2Cor 11, 27-29).

La misteriosa enfermedad
Por sus cartas sabemos que Pablo padecía una rara enfermedad que lo atormentaba y lo obligaba a reducir el ritmo de su trabajo. Y aunque le pidió a Dios varias veces que lo sanara para poder desarrollar mejor su labor apostólica, nunca pudo librarse de ella. La describe así: “Para que no sea engreído, se me dio un aguijón en mi carne: un ángel de Satanás me abofetea. Tres veces le pedí al Señor que me lo quite. Pero Él me contestó: ‘Te basta mi gracia, pues mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad’” (2Cor 12, 7-9).

¿Cuál era la enfermedad que sufría Pablo? Aunque resulta difícil hacer un diagnóstico a la distancia, tenemos algunas pistas.

El hecho de que la llame “un aguijón en la carne” hace suponer que no se trataba de una enfermedad grave, sino más bien de algo molesto, que le causaba un fastidio constante. Ahora bien, por otra carta suya sabemos que durante su segundo viaje al Asia Menor una enfermedad lo obligó a detenerse en Galacia, oportunidad que aprovechó para evangelizar la región. Y añade: “A pesar de la prueba que significaba para ustedes mi cuerpo, no me mostraron desprecio ni rechazo, sino que me recibieron como a un ángel de Dios. Yo mismo recuerdo que querían arrancarse los ojos, si hubiera sido posible, para dármelos” (Gál 4, 13-15).

Por el hecho de que los gálatas querían “arrancarse los ojos” para dárselos a Pablo, podemos pensar que se trataba de una enfermedad de la vista. Esto nos recuerda que también el libro de Los Hechos, aunque usando un lenguaje simbólico, dice que con motivo de su conversión Pablo sufrió un enceguecimiento, que quizá lo acompañó por el resto de su vida. Y las duras condiciones en las que luego tuvo que trabajar como cosedor de tiendas, debieron de contribuir a agravar este cuadro.

Esta discapacidad que afectaba a Pablo explicaría “las grandes letras” con las que se veía obligado a escribir (Gál 6, 11), el hecho de que siempre necesitaba de algún secretario para redactar sus cartas (1Cor 16, 21; Rom 16, 22), y la continua necesidad de gente alrededor suyo que lo ayudara en sus misiones.

¿Era Pablo perseguidor?
El rasgo más conocido de Pablo es el de haber sido, antes de convertirse, un perseguidor de los cristianos. Él mismo lo afirma tres veces en sus cartas (Gál 1, 13; 1Cor 15, 9; Flp 3, 6). Pero no añade nada más.

En cambio Los Hechos aumenta enormemente esta información. Dice que “los perseguía a muerte” (22, 4), que “empleaba todos los medios” (26, 9), que “entraba casa por casa, sacaba a hombres y mujeres y los arrastraba a la cárcel” (8, 3), que “los llevaba encadenados” (22, 4), que los “torturaba y obligaba a blasfemar” (26, 11a), que “los perseguía con odio hasta en ciudades extranjeras” (26, 11b), y que “votaba favorablemente cuando se los condenaba a muerte” (26, 10).

Todas estas ampliaciones son una exageración de Lucas. Ciertamente Pablo combatió a los cristianos, pero no con la saña contada en Los Hechos. Como el libro relata su impresionante conversión camino a Damasco, seguramente el autor pensó que una “gran” conversión debía estar precedida por una “gran” persecución. Por eso abulta a propósito los datos, que no corresponden a la realidad.

También se lee en Los Hechos que Pablo persiguió a los cristianos en Jerusalém. Lo cual no puede ser verdad, ya que el mismo apóstol sostiene que cuando viajó a Jerusalém luego de convertirse, “las Iglesias de Judea no me conocían personalmente” (Gál 1, 22). Si Pablo hubiera hostigado a los cristianos de Jerusalém, ¿cómo es posible que no lo conocieran en esa ciudad? Debemos, pues, deducir que persiguió a los cristianos en alguna otra parte, no en Jerusalém. Y por eso tampoco pudo haber participado de la muerte de Esteban, el primer mártir cristiano, como sostiene Los Hechos (8, 58).

¿Dónde se convirtió?
Según Los Hechos, Pablo se convirtió en mitad de un viaje a Damasco, cuando iba desde Jerusalém con una autorización del sumo sacerdote para tomar prisioneros a los cristianos y llevarlos a Jerusalém.

Pero este viaje resulta muy discutible. En primer lugar, porque vimos que Pablo no vivía en Jerusalém, ni perseguía allí a los cristianos. En segundo lugar, porque Damasco pertenecía a otra provincia romana (Siria); ¿cómo podían las autoridades de la provincia de Judea tener jurisdicción sobre aquella? En tercer lugar, porque las sinagogas de cada ciudad eran independientes y decidían libremente sobre la suerte de los delincuentes (según 2Cor 11, 24); ¿cómo el sumo sacerdote de Jerusalém iba a dar autorización para apresar gente de Damasco? Todo esto indica que el viaje de Pablo a Damasco no tiene ningún fundamento histórico.

¿Dónde se convirtió entonces Pablo? Por sus cartas podemos deducir que en la ciudad misma de Damasco, donde se hallaba viviendo. En efecto, Gál 1, 17 dice que después de su conversión (que no aclara donde ocurrió) viajó a Arabia; y que luego regresó a Damasco. Si “regresó” a Damaso, es porque allí vivía cuando se convirtió.

¿Y por qué Pablo, que era oriundo de Tarso, se había radicado de joven en Damasco? Porque al ser esta una ciudad completamente rodeada por el desierto, era lógico que se necesitaran allí más que en otras partes las tiendas de campaña que él y su familia fabricaban. Por lo tanto, mientras estaba radicado en Damasco por razones laborales, Pablo conoció la nueva “secta” cristiana; fue allí donde la persiguió; y fue allí donde, por una experiencia extraordinaria, se convirtió. Por lo tanto, su conversión tuvo lugar “en” Damasco, no “camino a” Damasco.

La prohibición de comer sangre
El libro de Los Hechos afirma también que Pablo participó del famoso Concilio de Jerusalém. ¿Qué fue este Concilio? Cuando Pablo se hallaba evangelizando en Antioquía (otra ciudad de Siria), llegaron algunos cristianos tradicionalistas de Jerusalém y se escandalizaron al ver que los creyentes de Antioquía no se circuncidaban (cosa que en aquellos primeros tiempos se consideraba esencial para ser un buen cristiano). Pablo les explicó que, según él entendía, la circuncisión no era necesaria. Pero los recién llegados lo denunciaron en Jerusalém, y estalló un grave incidente entre ambos grupos, que terminó con la convocatoria a una reunión en Jerusalém, tradicionalmente llamada el “Concilio de Jerusalém”. Y a ella asistió Pablo como delegado de Antioquía (Hch 15, 1-2).

En esta reunión (siempre según Los Hechos) Pablo trató de convencer a las autoridades de Jerusalém de que no les impusieran prácticas judías a los cristianos. Y aunque no lo logró del todo, se llegó a un acuerdo: mediante un decreto se estableció que los cristianos convertidos sólo debían cumplir cuatro leyes: no comer carne sacrificada ante los ídolos, no casarse entre parientes, no comer carne sin desangrar, y no comer nada con sangre. Luego, los participantes del Concilio le pidieron al mismo Pablo que se encargara de difundir este decreto (Hh 15, 13-29).

¿Asistió Pablo al Concilio?
Ahora bien, todo parece indicar que Pablo nunca participó de esta reunión, como vemos en Los Hechos. Primero, porque en su carta a los Corintios, cuando lo consultan sobre cuáles alimentos pueden comerse y cuáles no, Pablo no menciona para nada este decreto oficial, y da en cambio su propia opinión (1Cor 8-10). Segundo, porque en su carta a los Gálatas, contestándoles a algunos que sostenían que para la Iglesia oficial era obligación circuncidarse, tampoco cita el decreto, que le hubiera servido de excelente argumento para ganar la discusión. Finalmente, porque el mismo libro de Los Hechos dice más adelante que cuando san Pablo viajó otra vez a Jerusalém, las autoridades le avisaron de la existencia de este decreto, del que Pablo no tenía ni idea (Hch 21, 15-24), contradiciéndose con lo que había dicho antes.

O sea que Pablo no estuvo en el Concilio de Jerusalém. Es cierto que él en su carta a los Gálatas alude a un viaje que hizo a Jerusalém para reunirse con las autoridades de la Iglesia (2, 1-10). Pero se trata de una reunión distinta. Porque en Gálatas dice que asistió “movido por una revelación” (v. 2); y en Los Hechos, que asistió por una disputa. En Gálatas dice que sólo se reunió “con los notables” (v. 2); y en Los Hechos, con todos los apóstoles y presbíteros. En Gálatas dice que fue a “exponer su evangeio” (v. 2); y en Los Hechos, a discutir las obligaciones que debían observar los paganos convertidos. En Gálatas dice que no le impusieron nada (v. 6); y en Los Hechos, que le impusieron cuatro cláusulas bastante duras.

El fin de sus días
El libro de Los Hechos termina de modo abrupto. Dice que Pablo después de realizar varios viajes por el Asia Menor fue apresado y llevado a Roma en el año 60; y que allí permaneció dos años en una casa que alquilaba, predicando la Palabra de Dios (Hch 28, 30). Nada más.

¿Por qué este escrito concluye de un modo tan repentino? Porque, como dijimos, Lucas sólo quería mostrar cómo la Palabra de Dios pudo arribar hasta Roma de la mano de Pablo. Llegado a este punto, ya no le interesó continuar su libro. Por eso le dio fin aquí.

Pero ¿qué sucedió luego con Pablo? ¿Fue liberado? ¿Lo mataron? Es imposible saberlo. Según una antigua tradición, en julio del año 64 el emperador Nerón desató una persecución contra los cristianos de Roma, y entre las víctimas que cayeron en esa ocasión estuvo también Pablo.

¿Cómo lo mataron? Al parecer, un verdugo le cortó la cabeza con una espada. Cuenta la leyenda que, al desprenderse del cuerpo, esta dio tres botes en el suelo, haciendo surgir tres fuentes de agua.

Pablo, el famoso fariseo, el elocuente y entusiasta joven judío al que esperaba un brillante porvenir como hebreo perseguidor y celoso cumplidor de la Ley de Moisés, a esta altura ya lo había perdido todo: sus amigos, su familia, su buen nombre, su futuro, su paz. Sólo le faltaba eso: perder la cabeza. Pero no le importó demasiado. Se lo decía en una carta a sus amigos: “Pienso que todo es una pérdida frente a la grandeza de poder conocer a Cristo Jesús. Por Él perdí todas las cosas. Y todo lo considero una basura con tal de ganarlo a Él” (Flp 3, 8).

Para continuar la historia
Sánchez Bosch, J., Nacido a Tiempo, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra), 1994.