San Marón
San Marón nació en Siria, y siendo un hombre humilde, un día oyó la voz de Dios, al que siguió con una fe a toda prueba, por lo que su fama de santidad pronto se extendió por gran parte de la región de Siria y Fenicia, que por aquel entonces -s. IV- conservaba sus ritos y religión pagana, por lo que se lo considera como uno de sus primeros evangelizadores.
Tuvo en vida numerosos seguidores que quisieron abrazar la vida de austeridad, soledad y oración, que él proponía, convirtiéndose no solo en ejemplo, sino que además fue para aquellos hombres un líder lleno de sabiduría y del Espíritu santo, que supo dar sentido a cada acción, con disciplina rigurosa. Alcanzó en vida, fama de santidad en incluso realizó milagros de curación y conversión.
La influencia de este gran asceta dio como resultado, el que sus discípulos fundaran tiempo después, verdaderos enclaves de evangelización en Monte Líbano.
En vida, eligió una morada solitaria no lejos de la ciudad de Cirrus en Siria, y allí, por espíritu de mortificación, vivía casi siempre a la intemperie. Cierto es que tenía una pequeña cabaña cubierta con pieles de cabra para guarecerse en caso de necesidad, pero rara vez la utilizaba. Encontró las ruinas de un templo pagano, lo dedicó al verdadero Dios, y lo convirtió en casa de oración.
San Juan Crisóstomo, que lo estimaba mucho, le escribía desde Cucusus, donde estaba desterrado, y se encomendaba a sus oraciones, rogándole le diera noticias suyas con la mayor frecuencia posible. San Marón había tenido por maestro a San Zebino, cuya asiduidad en la oración era tal, que se dice que pasaba días y noches enteras orando, sin experimentar cansancio. Generalmente rezaba de pie, aunque cuando ya era muy anciano, tenía que sostenerse con un báculo. A los que iban a consultarle, respondía con la mayor brevedad posible; tan deseoso estaba de pasar todo su tiempo en conversación con Dios.
Sus virtudes fueron ampliamente conocidas: justicia, templanza, castidad y trabajo duro, semillas que él mismo plantó en otros, quienes se convirtieron en el campo fértil, que llevó a Dios numerosas vocaciones, que serían tiempo después labradores diligentes y sabios, que harían florecer la Montaña de Líbano en la fe sólida y verdadera de nuestro Señor Jesucristo.
San Marón imitó a su maestro en la constancia en la oración, pero trataba a sus visitantes de modo diferente. No sólo los recibía con suma bondad, sino que los invitaba a que se quedaran con él, aunque muy pocos estaban dispuestos a pasar toda la noche en pie, rezando. Dios recompensó sus trabajos con gracias abundantísimas y con el don de curar enfermedades tanto corporales como espirituales. No es sorprendente por tanto, que su fama como consejero espiritual se extendiera por todas partes. Esto le atrajo grandes multitudes, Formó a muchos santos ermitaños y fundó monasterios; sabemos que, cuando menos, tres grandes conventos llevaron su nombre. Teodoreto, obispo de Cirrus, dice que los numerosos monjes que poblaron su diócesis fueron formados por las instrucciones del santo.
San Marón dejó esta vida después de una corta enfermedad, la cual dice Teodoreto, reveló a todos la gran debilidad a que estaba reducido su cuerpo. Los pueblos vecinos se disputaron sus restos. Finalmente obtuvieron el cuerpo los habitantes de un centro relativamente populoso y construyeron sobre su tumba una espaciosa iglesia con un monasterio anexo, cerca de la fuente de Orontes, no lejos de Apamea.
Vive hasta el día de hoy en todos y cada uno de los que pertenecen a la Iglesia Maronita, formada por los cristianos que siguen a este ejemplar santo y rígido defensor de la fe católica de oriente. Su cuerpo desapareció -aunque se sabe que parte de su cráneo se encuentra en la catedral de Foligno- pero su espíritu y su alma viven, para animar ese jardín de virtudes excelsas que él plantó.
Su muerte se produjo en el año 420.
Que San Marón conceda con su intercesión a todos, continuar fieles a su legado de fe y amor que un día hizo brillar para Cristo las montañas de medio oriente.