San Pedro Damiáni, obispo y doctor de la Iglesia (1007-1072)
Al lado de san Romualdo, fundador de los camaldulenses, san Juan Gualberto, san Nilo y del monje Hildebrando, (futuro Gregorio VII) fue uno de los hombres más beneméritos e insignes.
Pedro nació en Rávena en el año 1007 en una familia numerosa y pobre. Fue el hijo último; pronto quedó huérfano y al cargo de uno de sus hermanos mayores que lo trató con dureza extrema, casi como a un esclavo, teniéndolo descalzo y a medio cubrir con andrajos, encargado de cuidar de los animales de la granja. Visto en esa situación lo tomó otro hermano a su cuidado; era Damián, con corazón bueno; tan grande fue el cambio, que Pedro no olvidará el gesto y añadirá en adelante, como su segundo nombre, el de su hermano Damián.
A la muerte de Landorfo lo eligieron abad. No dejó Regla escrita, pero sí quedó patente entre los monjes su espíritu: absoluto silencio, trabajo manual básico para vivir, mezcla de vida solitaria en celdas separadas y algunos actos comunes, mucha oración y abundante lectura espiritual.
Fundó el monasterio de Nuestra Señora de Sitria y otros cuatro centros ermitaños más.
La segunda parte de su vida está llena de encargos y legaciones apostólicas; los Papas recurren a él encomendándole asuntos que le llevaron a una actividad incesante para contribuir a mejorar la triste situación de la Iglesia del año 1044.
En 1046, Pedro Damián asistió en Roma a la coronación de Enrique III, emperador del Sacro Imperio romano, que puso providencialmente término al actual estado de cosas. En 1047 está presente en el concilio de Letrán que promulgó ya varios decretos de reforma.
Al regresar a Fonte-Avellana para recuperar su vida de penitencia y soledad es cuando se hace palpable la influencia de su espíritu y lo grande de su prestigio; escribió al Papa Clemente II para que dé impulso a la reforma, y escribe su libro Gomorriano o de los Incontinentes con el que anima a papas y dirigentes a poner remedio al mal.
El Papa Esteban IX (1057-1058) lo nombró cardenal-obispo de Ostia (decano del sagrado colegio de cardenales) en 1057, a pesar de su resistencia; no tuvo el pobre Pedro Damián más remedio que ceder para no incurrir en la excomunión con que se le amenazó si osaba negarse una vez más.
Prematuramente muere el Papa y se van al traste las esperanzas de reforma. Hay un intento de renuncia y de refugiarse en Fonte-Avellana, pero el papa Nicolás II, en 1059, lo hace legado para Milán; allí se soporta desde hace tiempo una desesperada situación por la simonía y la lujuria de los clérigos; convocó un sínodo y llegó a restablecerse el orden, terminando con el escándalo.
El Papa Alejandro III (1061-1070) aprovechó su celo y servicios extraordinarios. Pedro Damián sacó abundantes escritos _irónicos, iracundos, anatematizantes y apocalípticos_ a la asamblea de Augsburgo para acabar con el cisma, porque hay antipapa.
Otra legación, acompañada ahora por Hugón de Cluny, fue en 1063; debía intentar poner freno a Drogon, obispo de Maçon, y restablecer la justicia lesionada en la abadía de Bourgogne y otras cluniacenses como Limoges, San Marcial y Sauvigny.
Se vio obligado a intervenir ante el joven rey Enrique IV en defensa de los derechos pontificios.
No pretendía Pedro llevar una vida de incesante viajar. Pidió un descanso merecido al Papa Alejandro II y que se le aceptara la renuncia a todas sus dignidades; pero Hildebrando, que era cardenal desde que Gregorio VI echó mano de él para que le apoyase en la necesaria reforma.
Pedro Damián acepta complacidísimo con tal de retirarse a Fonte-Avellana. En 1066 se le vio, por mandato de la Santa Sede, en Montecasino para solucionar el conflicto con los monjes de Vallehumbrosa. Se desplazó a Alemania porque Enrique IV intentaba su divorcio matrimonial y era preciso dejar claro ante el concilio los principios de moral cristiana.
También fue preciso arrimar el hombro para reconciliar a su querida Rávena natal con el Papa, lo hizo como legado, en 1072. Precisamente cuando iba a dar cuentas a Roma de ésta última gestión se puso muy enfermo en Faenza, lo llevaron al monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, donde murió el 21 de febrero de 1072.
León XII le declaró doctor de la Iglesia y gracias a su vida ejemplar pudo ser el precursor de la gran reforma llamada gregoriana por llevarla a término feliz el Papa Gregorio VII, desde que lo elevaron a la sede de Pedro en 1073.
El eficaz Pedro Damián, monje como el más enamorado del monacato, sirvió a la Iglesia intentando dar solución a los más enrevesados problemas. Es palpable que la inmensa mayoría de sus contemporáneos seglares no hubieran podido ni siquiera arañar lo que él realizó, aunque ello le llevara a tener que fastidiarse sin poder disfrutar de la soledad que por vocación le hubiera gustado tener.