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27/03
San Juan de Egipto
Eremita (304-394). Nació en Licópolis, hoy Asiut, en los comienzos del siglo IV y pasó la mayor parte de su vida en la Tebaida, dedicado a la oración y a la penitencia. Parece ser que nació en el seno de una familia pobre y que tuvo en la juventud la profesión de carpintero. Muy joven marcha a buscar la soledad del desierto; se pone bajo el amparo de santo monje que le orienta en las difíciles sendas de la imitación de Jesucristo, siguiéndole en la soledad. Come hierbas y raíces; bebe agua abundante; es de poco dormir, hace mucha oración y extremada penitencia.

Las pocas gentes que conoce lo ven lleno de buen humor, servicial, parco en las palabras, acertado en las sentencias que salen de su boca siempre dispuesta a enseñar a Cristo; lo describen barbudo con figura alargada y seca. No daba para otra apariencia aquella vida de ayuno con sol y aire abundante. Con el paso del tiempo, se aproxima a él gente más apartada. Al correrse las voces sobre la santidad de Juan, el solitario anacoreta, vienen desde lejos a rezar y aprender cosas de Dios.

Algunos consultan problemas personales, mientras que otros buscan arreglos de asuntos enconados y con poca solución entre clanes y familias. Algún militar se acerca a exponer sus temores ante los bárbaros que se acercan. Profetiza victorias que se cumplen. Hasta el mismo emperador Teodosio manda embajada de consultas sobre acciones políticas y militares que está a punto de comenzar y requieren prudencia. Nunca permite que una mujer mire ni se acerque a su celda.

En la pobreza del desierto, aunque no dispone de espacio digno donde recibir visitas ilustres, van a verle también monjes como Evagrio del Ponto y su discípulo Paladio del monasterio que está en el desierto de Nitria; en esa ocasión, profetiza a Paladio su futura elección de obispo.

Juan vivió hasta el año 394, habiendo pasado 75 en el desierto.