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Liturgia y Espiritualidad: Textos Litúrgicos
Lunes 15 de julio de 2024

TEXTOS

Libro de Isaías 1,10-17
Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: "¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda."

Salmo 49
"Al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios."

"No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños." R.
"¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?" R.
"Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios." R.

Evangelio según San Mateo 10,34-11,1
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro".
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.


COMENTARIO

Jesús culmina «su discurso» exponiendo el «motivo» del envío, que es el mismo que se actualiza hoy en el permanente llamado al seguimiento: «No he venido a traer la paz, sino la espada». En otras palabras, Jesús no sólo redimensiona la acción y el horizonte de su misión, sino las profundas esperanzas humanas (10,12) provocando un orden distinto al establecido por la injusticia.

En la tradición profética de Israel, la espada refiere -entre otras categorías- a la «justicia de Yahvé». Con lo cual, la misión de Jesús, la de sus enviados, -y la de nosotros y la de las próximas generaciones- se define por la «acción imparcial» de Dios de renovar la totalidad de la existencia individual, social y cósmica del ser humano, «junto con» la tarea de construir relaciones «totalmente nuevas». Relaciones «trascendentes» sostenidas por vínculos de «amor discernido», que se cultiva en libertad; de «amor efectivo», que dona potencialidades y condiciones de equidad; y «amor oblativo», que acoge la presencia de Dios, que se humaniza, toma cuerpo en nosotros, cuando asumimos sus Causas, su Sueño de humanidad.