Sábado 16 de noviembre de 2024
TEXTOS
Carta III de San Juan 5-8
Querido amigo Gayo, te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad ante la comunidad de aquí. Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino para trabajar por él sin aceptar nada de los gentiles. Por eso debemos nosotros sostener a hombres como éstos, cooperando así en la propagación de la verdad.
Salmo 111
"Dichoso quien teme al Señor."
Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. R.
En su casa habrá riquezas y abundancia, su caridad es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. R.
Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo. R.
Evangelio según San Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: 'Hazme justicia frente a mi adversario'; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: 'Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara'". El Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"
COMENTARIO
La hospitalidad era una virtud muy apreciada en el mundo antiguo. La persona que brindaba hospedaje a un extranjero era considerada especialmente piadosa y ejemplar en la comunidad.
Los extraños representaban peligro para los locales, quienes debían asegurarse de las intenciones de los fuereños. Aunque había hostales y albergues, lo recomendable era evitarlos, pues además de atiborrados, eran insalubres e inseguros.
Los primeros profetas cristianos eran itinerantes. Pronto, sin embargo, se multiplicaron tanto, que las comunidades debieron poner controles. Así, no podían quedarse más de tres días en un lugar, ni pedir dinero, ni exigir ropa ni calzado, a no ser que fueran inservibles lo que vestía. Sólo los hermanos recomendados o acompañados por un par de hermanos de otra comunidad de fe, podían ser recibidos. Ellos daban testimonio de la fe de la comunidad que los recomendaba.
Esta suerte de intercambio entre las iglesias domésticas era el modo de sostenerse mutuamente en la fe, de intercambiar experiencias y ampliar el horizonte de vida. Hoy, bien cabe preguntarnos cómo apoyar la fe de nuestros hermanos de iglesias y parroquias vecinas.
|