Domingo 19 de octubre de 2025 - 29ª del Tiempo Ordinario
TEXTOS
Libro del Éxodo 17,8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: "Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano." Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.
Salmo 120
"Nuestra ayuda está en el nombre del Señor."
Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. R.
No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel. R.
El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. R.
El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre. R.
Carta II de San Pablo a Timoteo 3,14-4,2
Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir.
Evangelio según San Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: 'Hazme justicia frente a mi adversario.' Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: 'Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.'" Y el Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"
COMENTARIO
Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para implantarlo, además de trabajar duro, deberán ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser escuchada por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.
Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque no siempre suele suceder así en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticias «legales»? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre países y entre ciudadanos?
En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama "padre", para pedirle que "venga a nosotros tu reinado". Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.
O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios, a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible -o al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente, "padeciente". El Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos. Marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no está a la cabeza de los poderosos.
El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.
No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo -con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo, un tanto «escenificado», se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.
En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de «la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud». De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella.
A quienes tienen una mentalidad «moderna», en la que ya no imaginamos a Dios como un alguien que está «ahí afuera», y «ahí arriba» manejando los acontecimientos de este mundo, el sentido de «la oración de petición» se nos ha ido transformando. En un primer momento damos menos valor a la oración de petición: descubrimos su carácter «egoísta», y su intención de «utilizar a Dios», «servirse de él» más que de «servirle». Llega un momento en que asimilamos esta situación de estar en el mundo sin un «Dios tapa-agujeros», y ya casi no le vemos sentido a estar recurriendo a él en cada apuro que tengamos. Vamos tratando de asumir este estar en el mundo «etsi deus non daretur» (Grotius), como si dios no existiera. No significa no creer en Dios, en absoluto; sino creer en Dios de otra manera, creer que Dios no es un tapagujeros nuestro. Como dijo Bonhoeffer: nos sentimos «llamados a vivir ante Dios pero sin dios», es decir, sin poder/querer echar mano de Él; el Dios verdadero quiere que seamos adultos, que asumamos nuestra propia responsabilidad.
La oración continúa teniendo sentido, obviamente, pero «otro sentido» que el de andar estableciendo transacciones («yo te doy para que tú me des») con el «dios de ahí arriba», que supuestamente va a mejorarnos la salud, o a facilitarnos alguna dificultad del camino removiendo los obstáculos. La oración es otra cosa, es para otra finalidad, y sigue siendo bien necesaria, como la respiración, pero no sirve para remediar problemas de nuestra vida diaria, ni para hacer «milagros». Por otra parte, «después de Copérnico y Newton, ya no hay milagros». Aunque, en el mundo de Einstein y de la física cuántica todo es un sorprendente milagro...
Diríamos que, con una «segunda ingenuidad», cabe permitirnos una forma leve (light) de oración de petición: aquella forma de oración en la que sabemos que no pretendemos realmente una «transacción» con Dios, ni ponerlo de nuestro lado (que en el fondo es querer influir a Dios, querer hacerle cambiar de actitud), sino simplemente permitirnos expresar ante Dios y ante nosotros mismos nuestras preocupaciones, anhelos, utopías... Como un desahogo personal, con una «forma teísta» de «hablar con el Misterio», como un modo de colocar nuestras preocupaciones en el contexto de la voluntad de Dios y de consolidar nuestra búsqueda de esa Voluntad.
Sobre la oración de petición y su necesaria reconsideración, ya se ha escrito mucho, y probablemente lo hemos estudiado bien. Lo que nos toca ahora es irnos haciendo más y más consecuentes. Adultos responsables, que tratan de vivir consecuentemente «ante Dios, sin Dios», entregados totalmente a la causa, apasionados, sin utilizar atajos fáciles.
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