1) La vida del Espíritu
La vida espiritual no es un compartimento de la vida que puede ser separado de los otros compartimientos, como la vida física (salud), la vida social (deporte y diversiones), la vida intelectual (estudio), la vida económica (patrón de vida), la vida apostólica, la vida política o la profesional.
La vida espiritual es la totalidad de una vida, en la medida en que es motivada y determinada por el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. Cuanto más fuéremos motivados por ese Espíritu en todo lo que hiciéremos, tanto más podremos decir que tenemos una vida espiritual.
A muchos de nosotros se nos enseñó a considerar a la vida espiritual como la parte de la vida en la que realizamos ejercicios espirituales, como oraciones, meditación, lectura espiritual, examen de conciencia, retiros, días de recogimiento y frecuencia a los sacramentos. El resto de nuestras vidas, los otros compartimientos, eran considerados como vida material. Nosotros percibíamos suficientemente bien que nuestra vida espiritual debía influenciar en nuestra vida material, pero todavía pensábamos que las dos eran compartimientos o áreas distintas.
Lo primero que necesitamos aprender con respecto a la espiritualidad bíblica es que la Biblia no divide a la persona humana en una parte espiritual y otra material por lo menos, no del modo como acostumbramos hacerlo. En la Biblia la persona humana es considerada como un todo y no como un alma que habita un cuerpo. Esa división entre cuerpo y alma, que vuelve a la persona humana en un alma aprisionada en un cuerpo, no tiene su origen en la Biblia, sino en la filosofía griega.
Si partimos del presupuesto de que el ser humano es un alma aprisionada en un cuerpo, es muy fácil entonces encontrar eso en la Biblia y encarar la vida espiritual como algo que dice respecto al alma y no al cuerpo. Eso es particularmente cierto con relación a la diferencia que Pablo hace entre espíritu y carne. El habla sobre aquellos que viven “según la carne” y aquellos que viven “según el Espíritu” (Rom 8, 4), o aquellos que “desean las cosas de la carne” y aquellos que “desean las cosas del espíritu” (Rom 8, 5). Sin embargo, Pablo no está dividiendo a la persona humana, aquí, en dos partes: espíritu y carne; ni está diciendo que debemos pensar sólo en nuestras almas y rechazar nuestros cuerpos. Veamos entonces, que es lo que Él quiere decir.
Los traductores han encontrado dificultad en traducir la palabra “carne”. La Biblia de Jerusalén la traduce como: “viviendo vidas no espirituales”, lo que no ayuda mucho. La Nueva Biblia Inglesa la traduce como “viviendo al nivel de nuestra naturaleza inferior”. Pero la Biblia no conoce nada sobre naturalezas inferiores o superiores en una persona humana. La carne no significa nuestra naturaleza inferior. La peor traducción la da la Biblia de la Buena Nueva. Ellos traducen esta palabra como “viviendo al nivel de nuestra naturaleza humana”. Esto podría parecer significar que para tener una vida espiritual tenemos que luchar contra nuestra naturaleza humana. Esta es la filosofía de los estoicos y griegos y no de la Biblia.
En primer lugar, necesitamos recordar que en la Biblia las palabras no son usadas de manera fija, definida y filosófica. Las mismas palabras significan cosas diferentes en contextos diferentes. En este contexto específico, Pablo no está usando la palabra “carne” en el sentido de deseo sexual o de naturaleza inferior o naturaleza humana. El está hablando sobre el pecado y mundanismo en general. El está hablando sobre un modo de vida que no está motivado e inspirado por Dios.
Eso queda muy claro para nosotros a través de la relación que nos da de las “obras de la carne” (Gál 5, 19-21). La relación incluye no solo los pecados del sexo, sino también los pecados de idolatría, celos, envidia, mal humor. Estas también son obras de la carne, aunque nada tengan que ver con “la naturaleza inferior” o con “las tentaciones del cuerpo”. Más aún, la carne está también asociada a la Ley Mosaica o al espíritu del legalismo (Gál 5, l8; 3, 2-3). Y en otros lugares la vida según la “carne” es descripta como “el espíritu de esclavitud” (Rom 8, 14) o “el espíritu del mundo” (1Cor 2, 12) o “el espíritu del anticristo” (1Jn 4, 3) o “el espíritu del error” (1Jn 4, 6).
En los Evangelios leemos sobre los “malos espíritus”, “espíritus inmundos”, “un espíritu de debilidad” (Lc 13, 11), un “espíritu sordo y mudo” (Mc 9, 25), etc. La vida según la carne es, entonces, una vida motivada por malos espíritus, por espíritus mundanos o por valores mundanos. En cuanto que la vida según el espíritu es una vida motivada por el espíritu del bien o Espíritu de Dios.
El punto que estoy tratando de aclarar es que, en la Biblia, tener una vida espiritual o una vida según el espíritu no es una cuestión de estar siendo movido por un espíritu cualquiera, que baste que sea espíritu y no materia. La vida espiritual es una cuestión de estar siendo movido por el ESPIRITU DE DIOS y no por cualquier otro espíritu. Lo opuesto a la carne no es el espíritu en general, sino el Espíritu Santo. La palabra espíritu en vida espiritual significa el Espíritu de Dios como oposición a cualquier otro espíritu. Así, lo opuesto a la vida espiritual no es la vida material, sino una vida mundana o sin fe.
El problema no está, entonces, en preferir mi alma a mi cuerpo, sino en saber cómo discernir el Espíritu de Dios en el mundo y en mí, en ver la diferencia el Espíritu Santo y todos los otros espíritus profanos que motivan a las personas. Como dice Juan: “...no creáis en cualquier espíritu sino examinad los espíritus para ver si son de Dios” (1Jn 4, 1).
La vida espiritual es entonces el esfuerzo constante y diario para asegurar que el espíritu que nos mueve es el Espíritu de Dios y no cualquier otro espíritu. Esto significa que tomamos en serio el consejo de Pablo cuando dice: “Y no os conforméis con este mundo” (Rom 12, 2). En vez de eso, buscamos los caminos de Dios, los caminos del Espíritu.
Digo “buscar” porque el Espíritu de Dios es difícil de captar. Es como el viento que “sopla donde quiere: oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene, ni para dónde va” (Jn 3, 8). El espíritu de Dios no puede ser fijado en leyes, reglas o reglamentos. La nueva alianza no es de la letra, y sí del Espíritu, pues la letra mata, pero el Espíritu comunica la vida (2Cor 3, 6). Es el Espíritu de la ley el Espíritu de la Biblia que nosotros estamos buscando, porque el Espíritu de la Biblia es el Espíritu de Dios.
Sabemos que es el Espíritu del Amor (1Jn 4, 13-16), el Espíritu de Verdad (Jn 14, 17; 16, 13-14; 1Jn 5, 7), el Espíritu de Libertad (2Cor 3, 17; Rom 8, 1-13), el Espíritu de Sabiduría y Entendimiento y así sucesivamente. Pero, ¿qué significa todo eso en la práctica? Nos fue dicho que los frutos del Espíritu son: “amor, alegría, paz, magnanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, autodominio” (Gál 5, 22). Pero ¿cómo alcanzar todo eso? Hay manifestaciones o dones del Espíritu que varían enormemente de época a época, de lugar a lugar (comparar 1Cor 12-14; Rom 12, 6-8; Ef 4, 11). Las relaciones que Pablo nos presenta de los dones varía y no pretenden ser exhaustivos. En verdad, uno de sus puntos más importantes es que hay mayor variedad de dones de los que la mayoría de sus lectores imaginan. ¿Cuáles son pues los dones o manifestaciones del Espíritu hoy en Africa Sur?
La Espiritualidad Bíblica es un intento de descubrir cómo el Espíritu de Dios se manifiesta en las vidas de los personajes bíblicos que fueron movidos por el Espíritu, que tuvieron una vida espiritual ejemplar. Buscamos en la Biblia más el Espíritu que la letra, a fin de proporcionar al Espíritu más libertad para actuar en nuestras vidas y en nuestro país hoy.
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