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¿La Biblia dice siempre la verdad?: Propuestas de solución - La fe de los padres
2) Propuestas de solución

2.1) En la época antigüa

2.1.1) La fe de los padres

Ya los judíos, antes que los cristianos, notaron este problema de que la Escritura parecía decir algunas cosas incomprensibles, disparatadas, poco dignas de Dios, e incluso inmorales. Y ellos lo solucionaron de una manera muy simple: decían que cuando viniera el profeta Elías, al final de los tiempos, se encargaría de explicar todas las dificultades de la Biblia.

[Nota: Para la tradición judía, el profeta Elías no murió sino que fue "arrebatado" al cielo (2Rey 2, 1-18). Por lo tanto, se esperaba su vuelta al fin de los tiempos, con la misión de preparar el advenimiento final de Dios a la Tierra. Esta tradición aparece mencionada en el profeta Malaquías (3, 1-3. 23-24) y en el Eclesiástico (48, 10). Por eso, según el cuarto Evangelio le preguntaron a Juan Bautista si él era Elías que había regresado a la Tierra (Jn 1, 21).]

Los cristianos, en cambio, como no esperaban el retorno de Elías y sus explicaciones, debieron buscar alguna otra solución, convencidos siempre de que la Biblia no podía contener errores porque es la palabra de Dios. Lo primero que notamos en los primeros mil seiscientos años del cristianismo es la firme convicción, de los padres de la Iglesia y demás escritores, acerca de la inerrancia de la Escritura.

Así, algunos como Orígenes, san Basilio y san Jerónimo afirmaban que la Biblia está exenta de todo error. Otros, como san Clemente Romano, san Hipólito, Eusebio de Cesarea y san Juan Crisóstomo señalaban que al ser Dios autor de la Biblia no podía esta mentir. Y otros como san Justino, san Ireneo y san Agustín decían que no era la Biblia la que estaba equivocada sino que eran ellos los que, por su ignorancia, no alcanzaban a comprenderla.

San Ireneo decía: "Debemos confiar tales cosas (las dificultades de la Biblia) a Dios que nos ha creado, reconociendo que las Escrituras son perfectas por haber sido pronunciadas por la palabra de Dios y por su Espíritu".

San Justino expresaba: "Jamás me atreveré a decir que en las Escrituras hay contradicciones; y si alguna me parece así, más bien diré que no entiendo su significado, y trataré de convencer a todos los que sospechan de estas contradicclones, para que adopten mi forma de pensar".

Y san Agustín escribía: "Si encuentro algo que parezca contrario a la verdad, pienso que el escrito que leo es defectuoso, o que el traductor no ha sido capaz de traducir el pensamiento fielmente, o que yo no he entendido nada".

Durante mucho tiempo esta afirmación de san Agustín fue la regla de la exégesis. Pero además, san Agustín expuso otro principio que establecía una correcta distinción: "Dios pretende hacernos cristianos, no científicos" y "El espíritu de Dios que hablaba a los autores sagrados no quiso enseñar a los hombres cosas que no serían de utilidad para su salvación".

Desgraciadamente, esta diferencia antre el mensaje de salvación de la Biblia y otras afirmaciones aparentemente científicas, fue pronto olvidada, lo que dio lugar a dolorosos conflictos que nunca debieron haber existido.

También el gran santo Tomás reconocía la inerrancia bíblica, al afirmar categóricamente que "todo lo que la Sagrada Escritura contiene, es verdad". Pero además señaló que la verdad bíblica debía ser objeto de un examen crítico, al decir que "cuando la Escritura se presta a diversas interpretaciones, es necesario rechazar aquellas que la razón demuestra inexactas, con el fin de no exponer la palabra de Dios al escarnio de los incrédulos y así cerrarles el camino de la fe". Lamentablemente, las enseñanzas de santo Tomás quedaron reducidas a la primera afirmación, que fue tenida como norma indiscutible hasta el siglo XVI.