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Espiritualidad Bíblica: El Espíritu de los Profetas
2) El Espíritu de los Profetas
2.3) Ellos hablan por


Los profetas tenían mucha conciencia de ser mensajeros de Dios. Siempre hablaban en nombre de Dios: “Yahveh dice”. Por lo tanto, su mensaje no era de ellos mismos, sino mensaje de Dios, era una REVELACIÓN de Dios. No es que Dios murmurase en sus oídos o mandase un ángel para dictarles un mensaje. Dios hablaba con los profetas y se revelaba a ellos en los signos de los tiempos.

Hay, no obstante, una diferencia entre la manera como Dios habló a los profetas y como Él nos habla hoy. En ambos casos habla a través de los signos de los tiempos y en ambos casos es una revelación, al menos para la persona que oye cuando Dios habla con él. Sin embargo, en el caso de los profetas bíblicos. Dios reveló cosas nuevas respecto de si mismo, cosas que antes no habían sido reveladas a nadie. Esta revelación de cosas nuevas “TERMINÓ” con Jesús y con el último libro de la Biblia. Jesús fue la revelación final y definitiva de Dios, su última palabra.

Pero desde entonces, aunque Dios no tenga nada nuevo que revelar respecto a si mismo, continúa revelándose a cada nueva generación y a cada creyente. Ahora se revela de MODO NUEVO en cada época. El mensaje de los profetas, completado por el mensaje de Jesús, necesita ser revelado a nosotros constantemente por Dios en una serie totalmente nueva de signos para nuestro tiempo.

Con los signos de los tiempos Dios no trata de darnos hoy un nuevo mensaje diferente del mensaje de Jesús. Pero para revelarnos el mensaje de Jesús de modo nuevo en las situaciones concretas de nuestro tiempo, el usa NUEVOS SIGNOS, los signos de nuestro tiempo. La característica especial de los profetas, entonces, es que Dios les reveló cosas totalmente NUEVAS, con respecto de si mismo, y ellos fueron especialmente inspirados por el Espíritu Santo para descubrir esas cosas nuevas para el bien de todos los hombres. En este sentido, su mensaje tiene de modo especial una garantía de verdad; la Biblia es inspirada.

Digo esto sólo para enfatizar que en todos los otros aspectos nosotros somos y podemos ser como los profetas.

Cómo leer los signos de los tiempos
¿Cómo es que los profetas leen los signos de los tiempos?. ¿Cómo es que ellos fueron capaces de reconocer lo que Dios les decía?. Esta es realmente la cuestión crucial.

La respuesta es que el Espíritu de Dios los hacía capaces de SENTIR CON DIOS. Ellos eran capaces de compartir las actitudes de Dios, o sea sus valores, sentimientos y emociones. Eso los volvía aptos para ver los acontecimientos de su tiempo como Dios los veía y sentir lo que Dios sentía respecto de esos acontecimientos.

Ellos compartían la ira, la compasión, la tristeza, la desilusión, la aversión de Dios, su sensibilidad por el pueblo y su seriedad. Esos sentimientos no eran compartidos de forma abstracta, sino en relación a los hechos concretos de su época. Se puede decir que tenían un tipo de EMPATIA con Dios, que los capacitaba a ver el mundo a través de los ojos de Dios. La Biblia no separa emociones y pensamientos. La palabra de Dios expresa el modo como Él siente y piensa. Los profetas tenían los pensamientos de Dios, porque ellos compartían sus sentimientos y valores. Eso es lo que significa estar lleno del Espíritu de Dios, y eso es lo que nos hace capaces de leer los signos de los tiempos con honestidad y veracidad.

Esto es también lo que significa la unión mística con Dios. Antes, sin embargo, de desarrollar esa idea, vamos a examinar más cuidadosamente y detalladamente la manera cómo los profetas experimentaron esa empatía con Dios. Nos vamos a limitar al profeta Jeremías y examinar primeramente algunos textos que expresan los sentimientos de Dios; después, algunos textos en los cuales Jeremías comparte los sentimientos de Dios al respecto de los acontecimientos de su tiempo; y finalmente algunos textos en los cuales los sentimientos de Jeremías se contraponen a los sentimientos de Dios. Aquí, finalmente, estaremos examinando la médula de la vida espiritual de Jeremías, su oración y su lucha para alcanzar la unión con Dios.

a) Hay muchas expresiones de la ira de Dios, pero será suficiente examinar el texto 5, 7-11. En 2, 1-13 vemos la desilusión y desánimo de Dios y en 14, 17-18 su tristeza. Nuevamente, en 30, 10-11, tenemos un ejemplo de la inmensa compasión de Dios por su pueblo.

b) En 23, 9, cuando Jeremías se siente oprimido por las palabras de Dios, debemos acordarnos que una palabra no es sólo un pensamiento, sino la expresión de un sentimiento. Jeremías sintió la ira de Dios de modo especial saturando todo su ser. El nos habla de eso en 6, 10-11 y 15, 17.

c) En los pasos del texto que llamamos Oraciones o Confesiones de Jeremías, vemos al profeta quejándose a Dios y entrando en conflicto con Dios ya sea porque Jeremías no consigue compartir la ira de Dios y clama por bondad (10, 23-25) o porque la ira egoísta de Jeremías no es compartida por Dios (11, 20; 12, 1-6; 18, 19-23). Esto se convierte en una crisis de Jeremías. Desea no haber nacido y quiere renunciar a ser profeta (15, 10-21; 20, 7-18).

A veces Jeremías encontraba difícil entender lo que Dios hacía y el por qué. Pero no se limita a aceptar todo ciegamente. El cuestionaba a Dios. Reclama y medita sobre el problema con espíritu crítico. Sentía que necesitaba cuestionar para tratar de entender. Si él no hubiese hecho esto, hubiera tenido poca percepción de los signos de su tiempo, nunca hubiera conseguido realizar aquella unión con Dios que le permitió ver lo que Dios veía en los acontecimientos de su tiempo. Jeremías experimentó, está claro, momentos de paz (31, 26), pero esa paz fue duramente conquistada, después de mucho esfuerzo y verdadera agonía mental. Tenemos la tendencia de pensar que rezamos bien solamente cuando sentimos paz, y que la unión con Dios es siempre una experiencia plácida, pacífica y sin emociones. Eso no es verdad porque, a veces hasta el propio Dios no está calmo ni pacífico, sino por el contrario, muy perturbado y airado.

La ira de Dios
Nuestra tendencia hoy es encontrar que la ira de Dios es una limitación. La expresión profética de la furiosa ira de Dios, tiende a llenarnos de consternación. Pero, de verdad, mientras no podamos compartir algo de ese sentimiento divino, nuestra vida espiritual continuará siendo inmadura, y nuestra unión con Dios será abstracta e irreal.

La compasión de Dios está siempre acompañada de su ira e indignación. Son los dos lados de una misma moneda, porque no podemos realmente amar o tener una verdadera compasión si no somos capaces de sentir ira e indignación. Cuando una persona perjudica a otra, cuando algunas personas son crueles para con las otras, cuando explotan y oprimen a los demás, entonces la verdadera compasión por aquellos que están siendo oprimidos, necesariamente lleva consigo ira e indignación contra aquellos que los hacen sufrir.

Esa no es la ira del egoísmo o del odio, es la ira de la compasión. Dios se enfada con ellos por su propio bien. Es la ira que los desafía a cambiar, mostrando claramente la GRAVEDAD de aquello que están haciendo. Jesús sintió compasión por los pobres que estaban siendo explotados por los mercaderes y cambistas en el patio del Templo. Su ira mostró claramente que ese pecado de explotación era terriblemente grave.

Necesitamos tener cuidado de no trivializar a Dios. El es muy serio con relación a la crueldad de una persona para con otra en el mundo de hoy. A menos que consigamos compartir su seriedad, estaremos siempre distantes de Él, y cualquier experiencia de aparente proximidad con Él sería una ilusión.

Compartir la ira de Dios puede ser una experiencia liberadora y una fuente de fuerza, energía y decisión en nuestra vida espiritual. Todos nosotros tenemos un instinto agresivo. Podemos usarlo de forma egoísta contra nuestro vecino, o podemos volverlo contra nosotros mismos o introyectarlo. Pero también, podemos usarlo como fuente de energía y decisión para luchar contra el pecado y el sufrimiento del mundo. Eso fue lo que los santos hicieron, y por eso eran tan decididos y tenían un sentimiento tan saludable de indignación en relación a los pecados de las personas.

Hoy
Cualquier espiritualidad nueva hoy, y especialmente una Espiritualidad Bíblica, debería incluir un esfuerzo muy serio PARA LEER LOS SIGNOS DE NUESTROS TIEMPOS. No podemos hacer esto solos. Necesitamos hacerlo juntos. Lo más importante sin embargo, es no dejar de hacerlo, sino “ocultaremos el Espíritu” y destruiremos cualquier posibilidad de vida espiritual verdadera. El mismo Jesús nos dice que debemos leer los signos de los tiempos (Lc 12, 54-57) y el Concilio Vaticano II nos recuerda la urgente necesidad de hacerlo hoy (ver los primeros capítulos de la Gaudium et Spes).

Además de esto, una vida espiritual saludable incluye una constante conversión o deseo de cambiar y una tendencia de mirar hacia la novedad del futuro mas que a detenerse en el pasado. El deseo de que el pasado vuelva no es una actitud que viene del Espíritu Santo. Necesitamos estar dispuestos a santificar la seguridad que obtenemos al confiarnos en los valores y en las prácticas del pasado.

Una vida en el Espíritu es una vida de denuncia de aquello que está errado en nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra Iglesia y nuestra comunidad, de hablar abiertamente sobre el futuro para el cual caminamos o deberíamos estar caminando, de decir lo que Dios debe sentir con relación a los acontecimientos de nuestro tiempo. Esta es, por lo menos, la dirección hacia la cual debemos caminar, si queremos ser fieles al Espíritu de los profetas, que es el Espíritu de Dios.

En la esencia de todo esto, está nuestro esfuerzo personal para con Dios en la oración. Es preciso que nos volvamos totalmente honestos delante de Dios con respecto a nuestros verdaderos sentimientos y actitudes relativos a los ACONTECIMIENTOS DE NUESTRO TIEMPO. Necesitamos también ser honestos con relación al “por qué” sentimos eso y ver honestamente si Dios siente de la misma manera que nosotros en relación a esos acontecimientos. ¿Compartimos verdaderamente el amor de Dios y su compasión por los pobres y oprimidos, y compartimos realmente su ira e indignación? ¿Hacemos a Dios a nuestra imagen y semejanza, o permitimos que Él nos rehaga de acuerdo con su imagen y semejanza?.