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Espiritualidad Bíblica: El Dios de Justicia y Amor
3) El Dios de Justicia y Amor
3.1) Justicia: La Espiritualidad del Antiguo Testamento


Si nos pidiesen, para condensar el Nuevo Testamento en una sola palabra, todos responderíamos: AMOR. Del mismo modo, si quisiéramos resumir el Antiguo Testamento en una palabra, podríamos decir: JUSTICIA. Todo el Antiguo Testamento versa sobre justicia. Sin embargo, cuando lo leemos en español, como es el caso de la mayoría de nosotros, no es obvio, de ninguna manera, que todo él versa sobre la justicia. ¿Por qué?.

Palabras
Es una cuestión de palabras. El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo y hay dos palabras, en hebreo para “justicia”: Mispat y Sedakah. Ambas significan exactamente lo mismo, pero en nuestras traducciones de la Biblia son frecuentemente traducidas por otras palabras, tales como rectitud, honradez, integridad, honestidad o juicio. Eso desorienta al lector, que no sabe que esos términos se refieren todos a las mismas dos palabras hebraicas que designan justicia. Hay igualmente verbos hebraicos que significan literalmente hacer justicia o volver justo lo que está errado. En las traducciones, sin embargo, tales palabras son generalmente traducidas por “juzgar”. Esto desorienta porque nos hace pensar en un juez que condena y castiga a las personas, mientras que la expresión hebraica significa alguien que vuelve justo lo injusto defendiendo o salvando al inocente. El juicio final, en la Biblia, significa el acto final de justicia de Dios, cuando Él vuelve correcto todo lo que en el mundo está errado o es injusto. Los jueces del Libro de los Jueces (Gedeón, Sansón, Débora, etc.) no son jueces que se sientan en tribunales para oír causas; son libertadores de Israel que reúnen ejércitos para hacer justicia, corrigiendo el error o liberando a los israelitas de sus opresores.

Es verdad que las palabras hebreas que en la Biblia significan justicia, tienen un sentido más amplio que “justicia” para nosotros, pero el hecho de traducirlas por rectitud, integridad, honestidad o juicio, no nos ayuda a comprender ese significado más amplio.

El Dios de la Justicia
Ya todos observamos, especialmente en los salmos la frecuencia con que la Biblia habla sobre “hombre justo”. El ideal espiritual que todo judío debía luchar por conseguir generalmente no era llamado virtud, santidad o bondad, sino justicia. No hablan de hombre santo, de hombre bueno, sino de hombre justo, esto es, del hombre que practica la justicia. Hablando sencillamente, el justo es el hombre que observa la LEY DE DIOS. Buena parte del Antiguo Testamento, como sabemos, versa sobre la Ley de Dios. De hecho, en el Antiguo Testamento, la revelación fundamental hecha por Dios es su ley, sus mandamientos (no sólo los famosos Diez Mandamientos). Pero, ¿qué es lo que eso tiene que ver con la justicia?. La Ley Mosaica es simplemente la revelación de Dios sobre lo que sería justo y lo que sería injusto en las circunstancias de aquellos tiempos. Es una expresión de la exigencia de justicia por parte de Dios. Todo es visto en términos de justicia. El adulterio y la prostitución son vistos como formas de injusticia. Aún la idolatría y el culto a los falsos dioses son tenidos como injusticia, o por lo menos como algo que lleva a la injusticia.

La idolatría no es sólo una cuestión de dar culto a imágenes de manera mental. La idolatría era abominable porque envolvía tres cosas: a. Rechazo de la ley; b. Prostitución del culto; c. Sacrificio humano.

a. El principal problema con relación a los falsos dioses, ídolos o baales, era el hecho de que ellos no exigieron ninguna especie de justicia o moralidad por parte de los que les prestaban culto. Al contrario del Dios verdadero, ellos no tenían ningún mandamiento moral, ninguna ley, ninguna exigencia de hacer justicia. En vez de esto, esos falsos dioses que eran frecuentemente dioses de la fertilidad, exigían solamente ritos y sacrificios como precio que el pueblo tenía que pagar para garantizar que sus tierras y sus mujeres fueran fértiles, a fin de asegurarse una buena cosecha y muchos hijos.

b. Más allá de esto, los ritos de fertilidad exigidos por los falsos dioses incluían prostitución pública, como forma de culto bajo los árboles o en lugares elevados, esto es, en altas plataformas para que todos pudiesen ver. Los profetas consideraban inmoral esa exigencia, no porque fuesen “puritanos” en materia sexual, sino porque tal comportamiento era injusto. El sexto mandamiento del Dios verdadero prohíbe tener relaciones con la mujer de otro hombre, porque esto es una injusticia contra ese hombre.

c. Otra cosa que esos falsos dioses exigían del pueblo, principalmente cuando estaban enfadados y necesitaban ser aplacados, era que el pueblo sacrificase lo que para ellos era lo más precioso y valioso que cualquier otra cosa, o sea sus propios hijos. De ahí la práctica del sacrificio humano que los profetas rechazaban como injusta y destructora de toda justicia. Eso, una vez más, contrariaba la exigencia del Dios verdadero: “no matarás”.

La idolatría, pues, lleva a la injusticia. De hecho, la idolatría ya era, por sí misma, una forma de injusticia, porque era una expresión cultural de las actitudes y del comportamiento injusto del pueblo. Los ídolos eran falsos dioses porque eran dioses de la injusticia, inventados y adorados por personas que eran injustas.

El Dios del Antiguo Testamento es un Dios de justicia. El hace justicia y quiere ver la justicia hecha. Corrige lo que está errado y quiere que su pueblo corrija lo que está errado en todos los aspectos de su vida. En el Antiguo Testamento, justicia no es una idea secular o puramente política; es un concepto enteramente religioso. En realidad, el único pueblo que luchaba conscientemente por la justicia era el pueblo que adoraba al verdadero Dios. Podemos incluso llegar a afirmar que en el Antiguo Testamento, DIOS ES JUSTICIA.

Los profetas tenían una aguda conciencia de esto. Es por eso que no sólo condenan el culto a los falsos dioses; también condenan la adoración ritual del Dios verdadero CUANDO ESTA DIVORCIADA DE LA PRACTICA DE LA JUSTICIA. Por ejemplo, en Isaías 1, 11-17; 58, 1-12; Am 5, 21-24; Jer 6, 19-20 y en muchos otros pasajes, los profetas nos advierten que Dios halla detestables y repulsivas todas las prácticas religiosas, como sacrificios, oraciones, incienso, ayunos y días festivos, cuando no son acompañadas por la práctica de la justicia.

Los profetas estaban listos a ir incluso más allá. En Jeremías, por ejemplo, Dios y justicia están de tal forma inter-relacionados, que PRACTICAR LA JUSTICIA ES CONOCER A DIOS, y CONOCER A DIOS ES PRACTICAR LA JUSTICIA (Jer 22, 16). La palabra “conocer”, aquí, (yada en hebraico) significa “experiencia”. Jeremías quiere decir, pues, que la experiencia de luchar por la justicia ES la experiencia de Dios.

Todos nosotros ya encontramos esa idea antes con referencia al amor, en la primera Carta de Juan, cuando Él dice: El amor es de Dios, y todo aquel que ama nació de Dios y conoce a Dios (tiene la experiencia de Dios). Aquel que no ama, no conoció a Dios (no tuvo la experiencia de Dios), porque “Dios es Amor” (Jn 4, 7-8). Pocos, sin embargo, perciben que, en otro lugar de la misma carta, Juan dice lo mismo respecto de la justicia. Naturalmente esto es, una vez más, cuestión de palabras. En las traducciones se usa la palabra “recto” en vez de “justo”. Veamos el texto de San Juan: “Ustedes saben que Dios es el justo”; reconozcan entonces que quien obra la justicia, ese “ha nacido de Dios” (1Jn 2, 29). Esto es exactamente lo que Jeremías dice.

Todo esto tiene consecuencia de largo alcance para nuestra fe y nuestra vida espiritual. Significa: si DECIMOS que creemos en Dios, pero en nuestra vida cotidiana no practicamos la justicia, no tenemos, de verdad ninguna experiencia verdadera de Dios, o mejor no tenemos una experiencia real del verdadero Dios. Y eso hace surgir la pregunta: ¿a quién rezamos en nuestras oraciones? ¿A un falso Dios? ¿A un Dios imaginario? ¿A un ídolo, un espejo de nuestros propios intereses y preocupaciones egoístas? Y si así fuera, ¿no seremos en la practica, sino en teoría, idólatras o ateos?

Otra consecuencia de esto es que nuestra experiencia de Dios depende totalmente de nuestra práctica y de nuestro comportamiento. Sabremos y comprenderemos lo que Dios es, sólo en la medida en que vivamos como Él vive, sintamos lo que Él siente, practiquemos la justicia como Él lo hace o por lo menos nos esforzamos por conseguirlo. Descubrir la verdad con respecto de Dios es pues un proceso gradual de llegar a vivir esa verdad. A menos que practiquemos la verdad, jamás llegaremos a entender la verdad. La unión con Dios en la oración y en nuestra vida diaria es simplemente imposible sin una preocupación apasionada por la justicia y sin la práctica diaria de tratar, siempre que podamos, corregir lo que está errado.

¿Qué clase de Justicia?
Si la justicia es tan importante en la Biblia, entonces, aún antes de comenzar a reflexionar sobre el significado del amor en el Nuevo Testamento, debemos preguntarnos que clase (tipo) de justicia de Dios nos exige.

Ya vimos que la justicia de Dios es un concepto amplio que abarca todos sus mandamientos, inclusive los mandamientos sobre el adulterio y la idolatría. Pero, tal vez, lo que necesitamos que nos muestren es que en el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, la justicia incluye lo que llamaríamos JUSTICIA ECONOMICA.

Se puede notar que en la Biblia, las personas a quienes se debe hacer justicia son generalmente descritas como los pobres y los necesitados, o las viudas y los huérfanos. Ellos eran el pueblo que sufría de carencias económicas. Eran el pueblo abandonado, aún explotado por el hombre injusto y auxiliado y salvado por el hombre justo. Hoy en día, muchas veces denominamos el auxilio al pobre o al necesitado “obras de misericordia”. En el Antiguo Testamento eso era considerado como “obras de justicia”.

El ideal de justicia económica en el Antiguo Testamento era un ideal de igualdad económica. La tierra y los recursos económicos en Israel pertenecían a Dios y se entendían que todo eso debía ser igualmente compartido por las tribus y familias de Israel. Eso era un mandamiento de Dios (véase por ej. Nos 33, 50-54; Jos 13, 21). Pero a medida que el tiempo pasaba, surgía cada vez más la desigualdad. Esto porque, cuando la cosecha de una familia se perdía, era forzada a vender alguna tierra a otra familia. Como siempre, eso llevaba a más deudas y a más ventas de tierra, en tanto que el rico se volvía más rico y el pobre más pobre, hasta que el pobre era forzado a vender toda su tierra, y aún así quizás no era capaz de saldar sus deudas. Y por fin, como última solución, se veía forzado a pagar sus deudas vendiéndose a sí mismo como esclavo al hombre rico.

Para los judíos, ese desequilibrio era una injusticia que Dios no podía tolerar, porque Dios amaba a todo su pueblo y se preocupaba por él. Y así recibieron el mandamiento del Dios de justicia, según el cual la igualdad debía ser restaurada por medio de un Año Jubilar (Lc 25). Cada año Jubilar (quiere decir, cada cincuenta años) el pueblo de Israel debía emancipar a sus esclavos, cancelar todas las deudas de los pobres y devolver toda la tierra a las familias que las poseían inicialmente. Como lo expresa el comentario de San Jerónimo, “esto equivalía a un proyecto social basado en los conceptos, profundamente religiosos, de justicia e igualdad... Su espíritu de respeto por los derechos de la persona y por la dignidad humana sintetiza buena parte de las enseñanzas del Antiguo Testamento”.