5) Valores del Evangelio
5.2) La Dignidad Humana
La segunda área de la vida a ser enfocada aquí es la de las RELACIONES SOCIALES. Lo que nos interesa ahora es el modo cómo las personas se relacionan entre sí en la sociedad, la base sobre la cual unas confieren a las otras dignidad, respeto, honra y prestigio, y los valores que determinan esas relaciones.
En la sociedad de Jesús, las personas eran tratadas con diferentes grados de honor y dignidad, o eran tratadas con poco o ningún respeto, de acuerdo con el status o posición ocupada en la sociedad. Lo que las personas más valorizaban, era el status, y el hecho más importante con relación a cualquier otra persona era su posición en la escala social. Ese valor falso y mundano determinaba todas las relaciones sociales: la forma como una persona se dirigía a otra, el tono de voz que se debía usar, donde se debía sentar en los banquetes y en la sinagoga, el tipo de ropa a ser usado, con quién relacionarse y a quién convidar a una comida.
Jesús contestó de modo incisivo ese valor mundano. Criticó en particular a los fariseos por causa del deseo de status. Condenó los símbolos de status, como los tipos especiales de vestimenta (Mt 23, 6), títulos especiales y formas de saludos (Mt 23, 7), pero sobre todo rechazó cualquier uso de prácticas religiosas para que alguien se proyecte en la sociedad (Mt 6, 1-18).
Jesús incluso consideró necesario corregir a sus propios discípulos, frecuentemente, por su búsqueda de “status”. Estaban siempre preguntando cual de entre ellos era el mayor (Mt 18, 1; Mc 9, 33-34) y competían entre si por los lugares honrosos a su derecha e izquierda (Mc 10, 35-37).
Lo que Jesús exige, entonces, es que abandonemos toda la preocupación por el status y el prestigio. Debemos satisfacernos con el último lugar, con la última grada de la escala social; no porque deseemos especialmente el último lugar, sino porque nuestro lugar en la sociedad no es lo más valioso para nosotros. Jesús demostró esto claramente en su propia vida. Trató a todos con igual respeto y honra. Se mezcló con los parias de la sociedad: mendigos, proscriptos, prostitutas y recolectores de impuestos. Favoreció a los pobres y a todos los que eran despreciados y maltratados por la sociedad (Lc 6, 20-23). Trató a las criaturas con el mismo respeto que a los adultos, y a las mujeres les dio el mismo trato que a los hombres. Jesús se hizo muy famoso por ignorar el status y la posición que la sociedad confería a las personas (Mc 12, 14), y Él mismo perdió completamente el status. La sociedad de su tiempo lo acusó de ser borracho, glotón, pecador y blasfemo (Mt 11, 19; 26, 65) y finalmente lo ejecutaron como un criminal común.
El valor opuesto a este, el valor evangélico, es la DIGNIDAD HUMANA. Eso significa que una igual dignidad, respeto y honra deben ser conferidos a TODAS las personas humanas, porque TODAS son hechas a imagen y semejanza de Dios. A los ojos de Dios, somos iguales en status, dignidad y valor. La escala social de toda y cualquier sociedad (incluyendo la Iglesia) debe ser rechazada como mundana, pagana y pecaminosa.
La interiorización de este valor evangélico es muy importante para nuestra vida espiritual.
En primer lugar, esta es la base de toda verdadera humildad. Si tomamos como modelo a la sociedad en la cual vivimos, y basamos nuestro respeto propio en nuestro status, posición, clase, raza, nacionalidad, educación, inteligencia o aún incluso virtudes, nuestro respeto propio se vuelve orgullo. Si nos vamos al extremo opuesto y tratamos de no tener ningún respeto propio, somos culpables de una falsa humildad o autodesprecio, lo que no deja de ser un insulto a Dios, que nos hizo a su imagen y semejanza. Mientras que si basáramos el respeto propio en nuestra dignidad de seres humanos, conferida por Dios, reconociendo que compartimos esa dignidad con todos los otros seres humanos, tendremos una humildad verdadera y liberadora. Todas las pesadas preocupaciones en cuanto a la obtención de dignidad y valor a través de la educación, la promoción, el prestigio y el éxito, son quitadas de nuestros hombros. Tenemos la libertad de ser nosotros mismos. De volvernos verdaderos y genuinos.
En segundo lugar, el respeto por la dignidad humana es la base del AMOR y de la JUSTICIA en las relaciones sociales. Amar a todos en nuestra sociedad es tratar a todos con igual respeto. Practicar la justicia es corregir los errores de la discriminación, el preconcepto, el privilegio, y trabajar para que haya verdadera igualdad, verdadera fraternidad en la Iglesia y en la sociedad. Ese es el Espíritu de Jesús que nos impulsa a luchar de todos los modos posibles por la igualdad y la justicia.
Esto es más fácil de decir que de hacer. La desigualdad interfiere no sólo en las estructuras de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, sino también en las propias estructuras de nuestro pensamiento. Mientras no nos podamos liberar de esa preocupación por el status, no estaremos sintonizados con Jesús.
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