2) Propuestas de solución
2.2) En la época moderna
2.2.3) La verdad relativa
Se siguieron pensando nuevas soluciones. Así, el sacerdote A. Loisy presentó una nueva teoría: la de la "verdad relativa". Según esta, la verdad de la Escritura era relativa a los tiempos y lugares en los que los escritos fueron compuestos. Es decir, el autor bíblico exponía los hechos históricos como los conocía en ese momento, de modo que para su tiempo eran tenidos como verdad, aunque hoy sepamos que estaba equivocado. Era una "verdad relativa" a su época.
Por su parte, en 1900 el padre F. Prat propuso otra solución: la de las "citas implícitas". Según esta, los errores históricos de la Biblia se debían a que los datos que el autor sagrado había tomado estaban equivocados. Pero él no se hace responsable de dichos errores, como en el caso de las genealogías del Antiguo y Nuevo Testamento, u otros relatos, de cuyos hechos los autores no fueron testigos presenciales.
Ambas teorías eran peligrosas, pues si los errores históricos de la Biblia se debían a que así se creía en aquel tiempo, o a que habían consultado fuentes equivocadas, los autores quedaban justificados, pero se perdía credibilidad en las afirmaciones bíblicas. Por eso el 15 de septiembre de 1917, con motivo de celebrarse el 150 centenario de la muerte de San Jerónimo (el biblista más grande de la antiguedad), el papa Benedicto XV promulgó una nueva encíclica, la Spiritus Paraclitus, dando algunas orientaciones sobre el estudio de la Escritura. En ella el Papa rechazaba expresamente estas soluciones: Se apartan de la doctrina de Iglesia los que piensan que las partes históricas de la Escritura no se apoyan sobre la verdad absoluta de los hechos, sino sobre la que llaman verdad relativa o conforme a la opinión vulgar. Con buen criterio, Benedicto XV advertía en su encíclica que una "historia según las apariencias" no sería historia.
La solución, en tanto, seguía sin aparecer.
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