3) La verdad en la Biblia
3.1) La Biblia enseña sólo las verdades necesarias para nuestra salvación
Para comprender la verdad en la Biblia, ante todo hay que partir de un presupuesto fundamental: existe siempre una absoluta armonía entre la verdad revelada (es decir, la que encontramos en la Biblia) y la verdad natural (la que encontramos en la naturaleza). Nunca puede haber contradicción entre las cosas que conocemos mediante la fe (leyendo el libro de la Biblia) y las que conocemos con la razón (leyendo el "libro" de la naturaleza). Porque tanto las verdades que hallamos en la creación como las que descubrimos en la Escritura proceden del mismo Dios. Y Dios no puede contradecirse.
[Nota: La constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, lo afirma claramente: Cuando la investigación metódica en todos los campos del saber se realiza en forma verdaderamente científica..., nunca se opondrá realmente a la fe. Porque tanto las cosas profanas como las realidades de la fe tienen su origen en el mismo Dios (GS 36).]
Hecha esta aclaración, podemos presentar ahora algunos principios, tal como los encontramos en la Constitución Dei Verbum, para solucionar los supuestos errores de la Biblia. Ningún lector puede dejar de tenerlos en cuenta, ya que la misma Dei Verbum afirma: Es deber de los exegetas el trabajar según estas reglas para entender y exponer más profundamente el sentido de la Sagrada Escritura (No 12c).
El primero de estos principios es que las verdades que la Biblia enseña son sólo las referidas a nuestra salvación. Este principio lo encontramos en la Dei Verbum No 11b.
En efecto, la Biblia no es libro de ciencias naturales, sino de religión. Sus autores no son astrónomos, ni matemáticos, ni geólogos, sino catequistas y teólogos, que tratan de expresar con un lenguaje fácil y adaptado a los lectores de su tiempo, las verdades fundamentales de la salvación.
La única sabiduría, pues, que hay que buscar en la Biblia, es la que se refiere a nuestra salvación. Como dice la Segunda carta a Timoteo: Desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación (2Tim 3, 15).
Por lo tanto, cuando la Biblia sostiene, por ejemplo, que "el Sol se detuvo y la Luna se paró" (Jos 1, 12), como no pretende enseñar astronomía, no afecta para nada la veracidad bíblica.
[Nota: Lo decía atinadamente san Agustín: "No leemos en el Evangelio que el Señor haya dicho: 'Les envío el Espíritu Santo para que les enseñe el curso del Sol y de la Luna'. El Señor quiso hacer cristianos, y no astrónomos". Si en el siglo XVII los teólogos del Santo Oficio hubiesen tenido en cuenta este principio tan claro, enseñado ya por la Tradición, no hubieran condenado a Galileo.]
Cuando afirma que la liebre es un animal rumiante (Lev 11, 6), no tiene en vista que aprendamos zoología. Y cuando dice que Nabucodonosor era rey de Nínive (Jdt 1, 1), no pretende darnos una lección de historia. Como ninguna de estas afirmaciones sirven para nuestra salvación, y no pertenecen estrictamente al ámbito teológico, no debemos tomarlas como enseñanzas bíblicas.
De este modo desaparecen todas las objeciones que puedan hacerse a la Biblia en el campo de la astronomía, la antropología, la historia, la zoología, la matemática, o de cualquier otra rama de las ciencias.
|