3) La verdad en la Biblia
3.2) Hay que tener en cuenta la intención de los autores
En efecto, para entender correctamente un texto bíblico hay que tener en cuenta la intención de los autores.
Este segundo principio se encuentra en la
Dei Verbum No 12a, y es uno de los más importantes de la exégesis moderna.
[Nota: Ya aparece en la Providentissimus Deus, cuando León XIII dice citando a san Jerónimo: "El oficio del comentador es exponer, no lo que él mismo piensa, sino lo que pensaba el autor cuyo texto explica".]
Quiere expresar que, cuando una frase de la Biblia tiene varios significados, el correcto no es el más lindo, ni el que más me guste, ni siquiera el más profundo, sino aquel que quiso darle el autor.
Un ejemplo puede ilustrar lo que decimos. Es sabido que las últimas palabras del famoso poeta alemán Goethe antes de morir fueron ¡Más luz! ¿Qué quiso decir con ellas? Podrían referirse a la luz de la vida eterna, que veía acercarse. O podrían aludir a la fama que esperaba tener a partir de su muerte. O podrían significar que estaba llegando a la luz de la Verdad. O podrían significar, simplemente, que le abrieran las ventanas de su habitación porque estaba muy oscuro. Esta última es una interpretación más banal, pero perfectamente posible. Y si el poeta moribundo hubiera querido decir que estaba incómodo en la oscuridad de su lecho, ¿tendríamos derecho a buscar una interpretación más profunda? Nosotros nos sentimos comprendidos cuando han entendido lo que queremos decir, no cuando alguien descubre y añade un sentido más profundo a nuestras palabras.
Es conocido el cuento de aquel estudioso bíblico que estaba comentando el Evangelio de Juan. Y al llegar a la pasión de Jesús leyó al final de una página: Los guardias encendieron fuego en medio del patio y se sentaron alrededor. Pedro se sentó con ellos... Entonces el comentarista empezó a preguntarse por qué Pedro se sentaría aquella noche junto al fuego. Y encontró varias razones: 1a razón, porque el fuego es símbolo del Espíritu Santo; 2a razón, porque es signo de unidad; 3a razón, porque representa el amor; 4a razón, porque significa la pureza del corazón... Y así, encontró 24 razones. Entonces pasó la página y siguió leyendo: ...para calentarse. Y jubiloso, por haber encontrado otra razón, anotó: 25a razón: para calentarse".
[Nota: Ambos ejemplos aparecen citados en D. Arenhoevel, Así nació la Biblia, Ediciones Paulinas, Madrid 1980.]
Lo correcto no es, pues, lo que uno puede "hallar" en un texto, sino, ante todo, lo que el autor quiso decir en él.
Si se tuviera en cuenta este importante principio, se evitarían muchas conclusiones absurdas. Por ejemplo, los testigos de Jehová prohíben la donación de sangre, porque en Levítico 17, 10-11 se dice: Si alguno come sangre yo lo exterminaré, porque la vida de la carne está en la sangre. Pero, el autor del Levítico, ¿pensaba realmente en las transfusiones de sangre al dar aquella prescripción? Los mormones impiden a sus seguidores tomar café, porque cuando Jesús estaba moribundo en la cruz rechazó el vino con mirra que le ofrecieron (Mc 15, 23), bebida estimulante al igual que el café. Pero, ¿la intención de Marcos al narrar ese episodio era prohibir a los cristianos beber café? Ciertas sectas evangélicas prohiben a sus miembros festejar el cumpleaños, porque Isaías dice: No tolero las reuniones de fiesta, detesto las celebraciones (1, 13-14). Pero, ¿quería Isaías referirse a las celebraciones de cumpleaños?
Ahora bien, ¿cómo hacer para descubrir lo que el autor bíblico quiso decir? Existen algunos elementos que se deben tener en cuenta.